De entre todas las sociedades del
sector Serpentis, ninguna es tan insólita o controvertida -por no decir
herética- como la luna selvática Anphibion IX, más conocida como Toxiqa.
Clasificada como mundo letal, lo que hace de Toxiqa algo tal vez único en el
Imperio, que está habitada por una especie alienígena bajo dominio imperial.
El asco y la incredulidad son las
reacciones habituales ante esta afirmación. ¿Cómo puede ser algo así? ¿Acaso no
es el mandato divino del Emperador que solo el Hombre debe reinar sobre la
galaxia? Así es… y los alienígenas de Toxiqa reconocen esta verdad.
Cuando la primera nave imperial
descendió sobre Toxiqa, su tripulación encontró que la luna estaba habitada por
un pueblo de pequeños anfibioides primitivos a los que llamaron eslizones
(aunque nadie ha logrado determinar el origen del nombre; probablemente sea un
término dialectal empleado por algún tripulante, o quizá la traducción fonética
de una expresión nativa). El curso normal de la ocupación planetaria dictaba
que se procediese a su eliminación, pero el primer contacto se desarrolló de un
modo insólito: los alienígenas se humillaron ante los humanos en completa
sumisión y los colmaron de ofrendas. Intrigado por este inesperado desarrollo
de los acontecimientos, el capitán Pike decidió posponer el exterminio de los
eslizones hasta averiguar el porqué de este comportamiento. Aunque se
arriesgaba a la censura por parte de las autoridades imperiales, su instinto le
decía que podía sacar beneficio de la circunstancia. Solo tenía que averiguar qué
había de valor en Toxiqa.
Los equipos de exploración
(cazadores, prospectores, botánicos, arqueólogos y otra miríada de especialistas)
se lanzaron a recorrer la superficie de Anphibion IX en busca de tesoros
desconocidos, al tiempo que los xenolingüístas se afanaban por desentrañar las
intenciones de los eslizones. Al cabo de unos meses, esta frenética actividad
había arrojado varios descubrimientos interesantes:
- Los eslizones consideraban a
los humanos enviados de los dioses. Su eventual llegada a Toxiqa estaba
profetizada desde tiempo inmemorial, como evidenciaban ciertos relieves de gran
antigüedad (posiblemente pre-imperiales) en los que aparecían figuras de
aspecto humano o humanoide.
- El ecosistema de Toxiqa había
evolucionado de tal forma que la mayoría de la vida animal y vegetal de Toxiqa producía
algún tipo de toxina, desde suaves narcóticos hasta venenos increíblemente
letales. La única excepción eran los gigantescos reptiles conocidos comúnmente
como dinosaurios, cuyo tamaño y gruesa piel los hacían prácticamente inmunes a
los venenos. Todo ello le valía al planeta la clasificación de mundo letal; sin
embargo, también lo convertía en una inapreciable fuente de drogas, venenos y
potentes antídotos (desarrollados como defensa frente al amplio espectro de
toxinas nativas).
- Los eslizones, gracias a
ciertas inmunidades naturales y a las técnicas aprendidas durante milenios,
eran capaces de recolectar muchos de los fármacos naturales de Toxiqa, labor
que a menudo suponía un peligro mortal para los humanos.
Para Pike, estos descubrimientos confirmaban que había una fuente de riquezas que explotar en Anphibion IX: un recurso natural valioso y de difícil acceso unido a una población de siervos leales para realizar el trabajo de extracción. El único problema era que esos “siervos leales” eran alienígenas. Sin achantarse ante un obstáculo de semejante envergadura, Pike se dispuso a utilizar toda su astucia y recursos para lograr lo impensable: que las autoridades imperiales consintiesen en autorizar la existencia de los eslizones de Toxiqa como una raza esclava del Imperio.
Para Pike, estos descubrimientos confirmaban que había una fuente de riquezas que explotar en Anphibion IX: un recurso natural valioso y de difícil acceso unido a una población de siervos leales para realizar el trabajo de extracción. El único problema era que esos “siervos leales” eran alienígenas. Sin achantarse ante un obstáculo de semejante envergadura, Pike se dispuso a utilizar toda su astucia y recursos para lograr lo impensable: que las autoridades imperiales consintiesen en autorizar la existencia de los eslizones de Toxiqa como una raza esclava del Imperio.
Tras década y media de sobornos,
presiones, debates, favores y algún asesinato puntual, Pike logró del Adeptus
Terra el aplazamiento cautelar del xenocidio de los eslizones en tanto se
llevaba a cabo una valoración exhaustiva de la cuestión, algo que llevaría al
menos otro siglo. En ese tiempo, razonaba Pike, la importancia de las
exportaciones toxiqanas se habría multiplicado. Pronto habría grupos
dependientes de sus productos; si las riquezas procedentes del comercio toxiqano
llenaban los bolsillos adecuados, las autoridades imperiales acabarían por aceptar
una política de hechos consumados.
Aunque a día de
hoy la decisión definitiva sigue pendiente, ya pocos dudan cuál será resultado.
A pesar de los furibundos sermones del clero afirmando que permitir la
existencia de los eslizones en un mundo imperial es una aberración y un
atentado contra la esencia misma del Imperio, muchos altos jerarcas de la
Eclesiarquía mantienen un silencio ambiguo, comprado, probablemente, con las
riquezas de Toxiqa. El debate dentro del Ordo Xenos también prosigue
encarnizado, pero una inusual alianza entre la facción amalathiana (representante
del status quo) y elementos radicales del cónclave (partidarios de hacer uso de
criaturas y tecnologías alienígenas, si ello beneficia al Imperio) mantiene
alejada la posibilidad de una purga como la que piden los inquisidores más puritanos.
La presión a favor de otorgar el estatus de súbditos imperiales a los eslizones
proviene principalmente de la nobleza y los consorcios comerciales que se
embolsan los beneficios de su trabajo en la explotación de las riquezas
naturales de Toxiqa. Establecen un paralelismo entre los eslizones y los igualmente
impuros mutantes que proporcionan mano de obra esclava en una plétora de mundos
imperiales.
Toxiqa cuenta con
una única ciudad digna de tal nombre, Pike City, que es principalmente el
puerto de embarque de las mercancías toxiqanas para el resto del sector. El
gobernador planetario es un antiguo compañero del Capitán Pike, que se las
apañó para colocarle en el puesto, y se preocupa principalmente de mantener el
control sobre las exportaciones. La exigua Fuerza de Defensa Planetaria bajo su
mando tiene funciones policiales y aduaneras, aunque cuenta también con varias
compañías mercenarias a sueldo de Pike y de otros inversores con intereses en
Toxiqa. Al gobernador no se le escapa que están ahí tanto para proteger el
comercio toxiqano como para vigilarle a él (y las unas a las otras).
A pesar de la oposición formal de la Eclesarquía a la misma existencia de los eslizones, en Toxiqa trabaja un grupo de misioneros que trata de adoctrinarles en la Fe Imperial. Hasta ahora, sus éxitos han sido limitados a causa de las dificultades de comunicación y la propia naturaleza alienígena de los eslizones, aunque estos aceptan sin problema los preceptos básicos de la superioridad humana y la sumisión al Emperador. Los misioneros comparten una abadía fortificada con la misión de la Orden Dialogante de la Pluma Dorada encargada de descifrar el lenguaje de los eslizones. La abadía puede considerarse un ejemplo típico de los enclaves humanos en Toxiqa: una comunidad amurallada y más o menos autosuficiente situada cerca de un conjunto de aldeas nativas. Las murallas exteriores son altas y cuentan con alambradas electrificadas, ya que una de sus funciones es mantener alejados a los dinosaurios. En el interior, aparte del claustro y la capilla, la mayoría de los edificios son de construcción ligera, ya sean prefabricados o hechos de madera y otros materiales locales. Aunque rara vez se menciona en voz alta, casi todos los humanos que trabajan en Toxiqa mantienen una mentalidad de asedio, conscientes de la desproporción en número entre ellos y los nativos. La más mínima revuelta puede acabar en un baño de sangre para uno u otro bando.
Semillas de aventura
- Toxiqa no es,
en modo alguno, el único mundo en el que se pueden encontrar dinosaurios. Su
caza es un deporte popular en algunos mundos, y, en particular, en ciertos
mundos caballero, donde los nobles gustan de batirse en combate con estas
feroces criaturas a bordo de sus titánicas máquinas de guerra. Una partida de
caza en busca de dinosaurios puede ser desde un acontecimiento social en el que
codearse con nobles de otros mundos a una operación de contrabando, pasando por
una expedición científica (de un Magos Biologis, xenólogos aficionados o los
burócratas del Administratum encargados de evaluar Toxiqa) en la que las cosas
salen mal. El Ordo Xenos tendría buenos motivos para enviar a un grupo de
acólitos a supervisar lo que ocurre.
- Las figuras que aparecen en los antiguos relieves de los eslizones no son humanas, sino alienígenas. Un inquisidor radical (¡quizá el propio maestro de los acólitos!) ha reconocido las pistas y está buscando el acceso a un complejo subterráneo en el que supuestamente se alojarían artefactos y tecnología xenos. Puede tratarse de tumbas de estasis, una prisión mística, un portal a la Telaraña o cualquier cosa que se te ocurra, pero las acciones del inquisidor están destinadas a atraer atenciones indeseadas. O bien despiertan lo que sea que hay en el complejo, o bien un tercer grupo (los eldar son particularmente adecuados) trata de impedirlo.
Sea como sea, una
vez abierto el complejo, es cuestión de tiempo que los antiguos dueños de
Toxiqa regresen para recuperar su mundo. ¿De qué lado estarán los eslizones
entonces? Es muy probable que el Imperio se enfrente a una insurrección a
escala planetaria.
- Muchas de las
aventuras relacionadas con Toxiqa tendrán lugar, en realidad, en otros lugares.
La pugna entre facciones por la “cuestión toxiqana” puede convertirse en
cualquier momento en una guerra más o menos abierta. El escenario más extremo
es que se desate una cruzada popular liderada por un inquisidor o confesor
extremista, a lo que los consorcios comerciales responderían movilizando sus
propias flotas y mercenarios. Para evitar que un conflicto así se convierta en
una guerra civil, el Adeptus Terra se mantendrá al margen y ordenará hacer lo
mismo a las fuerzas regulares del Imperio, pero los miembros de la Inquisición
seguro que tomarían partido por uno y otro bando, dando lugar a una guerra
soterrada interna paralela a la confrontación general.
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